miércoles, 21 de octubre de 2009

El burro, el tequila y el árbol


Hace unos años, luego de mis rabietas de adolescente, de mi semestre en el extranjero y de las locuras de "joven responsable" entendidas como sexo, drogas y rock'n'roll, me di cuenta de lo laxo que mi papá es como tal a pesar de ser un "hombre de rancho". Luego recordé que para haber sido criado con mano dura, mi papá también siempre fue un rebelde.

Cuando tenía unos 6 años, cuando la familia aún estaba toda en el rancho, mi abuelo mandó a este niño, Julián (nunca le dieron un diminutivo porque nunca tuvo una actitud para merecerlo), por un encargo al pueblo.

En su burro llegó, recogió el encargo y como un bonus le dieron una cantimplora con tequila para mi abuelo, claro. El camino se tornó largo y cansado ya de regreso. Julián decidió beber un poco de aquel extraño contenido. Luego un poco más, y más. Para cuando llegó a la casa con el encargo, por lo menos, sano y salvo (porque iba atado al burro), mi abuelo sin reparo le dio un par de nalgadas al verlo en ese estado, se volteó indignado a amarrar al rústico medio de transporte, desatar el encargo y cuando iba camino a la puerta de la casa escuchó detrás suyo "Pendejo" viniendo de ese seisañero embriagado por primera vez.

Otra vez, sin más, mi abuelo lo agarró sabe Dios cómo, lo amarró sabe Dios cómo, y ya dentro de un saco lo colgó de un árbol.

Desconozco si estuvo ahí hasta que un hermano lo ayudó, hasta que mi abuelo se apiadó o hasta que por sus propios medios logró bajar. Sé que no lloró, siempre fue orgulloso. Sé también que por ese recuerdo que lo persigue es que me tiene cierto grado de tolerancia.

viernes, 18 de septiembre de 2009

La huida

Aún hoy día cuando mi madre se siente vieja a pesar de que no tiene ni 50 años, su cabello es casi completamente negro, lacio, pesado y sedoso, poco que ver con el mío. Sus hermanos dicen que cuando era niña les gustaba que ella saltara en la cama para ver cómo se movía su cabello, subir, bajar, siempre sin despeinarse.
Sin embargo, no por tener un hermoso cabello mi madre fue lo que se dice una niña "buena". Ella dice que la casa siempre era un caos, y es que con siete hermanos y dos medios hermanos no se podía esperar más, por lo mismo cualquier oportunidad para salir de la casa era aprovechada, de igual forma las visitas eran usadas ya fuera para distraer a mi abuela y hacer alguna travesura, o recibida con emoción como toda una novedad.
Pues bien, mi madre era lo que considero el término medio, es decir, quien quedaba entre la emoción y la travesura. Mi abuela cuidaba a la visita mientras vigilaba, sabe Dios cómo, a aquellos potenciales peligros, dejando a mi madre libre de toda supervisión.
Un buen día mi entonces pequeña madre puso un pie fuera de la casa y nadie la vio. Caminó y caminó sin rumbo hasta que vio a un paletero pasar, y lo siguió. El señor probablemente sin advertir la presencia de una niña, o sin saber qué hacer con ella, o... en fin, él siguió su camino.
No tardó mucho mi bisabuela en aparecer, grande, mandona, sin vergüenza como era, y sirviéndose de la simpática colita de cabello de mi madre para asirse de ella la tomó y la condujo hasta la casa con los pies en el aire.
Eso no curó a mi madre de espantos callejeros, aún se sale a la mínima oportunidad. Ahora usa el cabello corto.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

La graduación


Cada que podemos recordamos historias de toda la familia, pero mis padres son por mucho los más divertidos. Supongo que mis tíos eran mejor portados que ellos o mis padres más despistados, es difícil decidir. Ninguno de los dos tuvo una infancia cómoda ni segura siquiera, pero logran contar sus historias siemrpre entre risas y me conmueve las personas que han llegado a ser.
Mi padre y su historia de la graduación de primaria es una de las más contadas, justo porque es una de las que más risa causa (si no se piensa demasiado, claro).
Era pues el día de la graduación y mi padre, y él tan acicalado como podía se dirigía a su ceremonia. Iba todo solo porque a los seis años de edad toda su familia se fue a México, pero justo ese día el niño que sería padre de esta joven mujer, testarudo como es (¿o debería decir "somos"?) se enojó y no quiso ir. La familia sin más, lo dejó. Debían enviarle dinero para la escuela aunque sólo son especulaciones mías porque no me gusta adentrarme en los detalles tristes, aunque debo decir que él cuenta siempre cómo se las tenía que arreglar para comer, fue un comerciante temprano.
Este niño no debía ser muy alto ni gordito como los niños de hoy, al contrario, se describe a sí mismo pequeñin y flacucho.
Así pues, iba este niño camino a su ceremonia esquivando todo aquel obstáculo que un niño de los sesentas en un rancho del sur de México debía vencer: patios abiertos, animales propiedad privada y libres, caminos mal hechos, casas mal diseñadas, plantas sembradas y crecidas al azar.
De pronto se le atravesaría un obstáculo infranqueable: una marrana, una marrana que pasabla corriendo interrumpiendo su paso y haciéndolo caer. En medio del miedo a los regaños de los profesores, la burla de sus amigos, la soledad de no tener quién resolviera sus problemas como los niños de mi generación, y la tristeza de haber terminado con su atuendo antes de empezada la fiesta, mi pequeño padre se levantó y mirando a todos lados buscaba una solución. La encontró. En uno de los tendederos cercanos había una camisa blanca que cumplía al menos los requisitos elementales: ser camisa, y ser blanca. Desconozco qué tan grande o chica le quedó, pero sé bien que a pesar de no ser el atuendo esperado, mi padre llegó a su graduación de camisa blanca y pantalones azules empapados de limpios.
No es hasta ahora que escribo esto, que caigo en la cuenta que un incidente como este puede ser la causa de la obsesión que mi padre tiene por las impecablemente lavadas y planchadas camisas blancas.

martes, 15 de septiembre de 2009

Presentación

Siempre he pensado que las historias de mis padres fácilmente podrían llenar un libro, su propia versión de "Vivir para contarla". Probablemente sea así con la mayor parte de los padres de familia de nuestra generación, al menos en América Latina. Sin embargo, yo me he dado a la tarea de que sus historias no mueran con su memoria (eventualmente porque aún son jóvenes), y en lo que logro hacer los videos de sus vidas (pueblos, familia, anécdotas) o logro escribir un libro, me lanzo a la aventura de recabar sus historias y tratar de que se diviertan tanto como yo, a pesar de escucharlas una y otra vez.
Cambiaré algunos datos para mantener al menos la dignidad de mis padres, sólo cuando sea necesario.
Espero lo disfruten tanto como yo.
:)